"Bienvenido al club, chaval. Una cosa te digo, aunque la salida sea a las 8.30, no te preocupes que arrancar, arrancamos seguro; llegar es otra cosa. No hace falta que te pongas el despertador para levantarte porque no vas a pegar ojo en toda la noche".
Antonio Huerta, de 73 años, jubilado de casi todo en esta vida a excepción del deporte, de sus correrías, del frontón, de sus cervecitas, de sus caprichos ("los pocos y baratos que pueda concederse un jubilado de la Seat"), de sus bocatas de lomo y pimientos, de sus partiditas de domino con sus amigos del bar Los Pinos de Montbau, no pretende, ni mucho menos, asesorar a Oriol Vidal, de 18 años, el gentil chaval que ha venido a verle desde la parte alta de la ciudad.
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Antonio Huerta, de 73 años, jubilado de casi todo en esta vida a excepción del deporte, de sus correrías, del frontón, de sus cervecitas, de sus caprichos ("los pocos y baratos que pueda concederse un jubilado de la Seat"), de sus bocatas de lomo y pimientos, de sus partiditas de domino con sus amigos del bar Los Pinos de Montbau, no pretende, ni mucho menos, asesorar a Oriol Vidal, de 18 años, el gentil chaval que ha venido a verle desde la parte alta de la ciudad.
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